domingo, 26 de julio de 2009

jueves, 2 de julio de 2009

Technicolor


Ese día despertó con un gran ardor en el estómago. No había comido hace varios días. Pensó que lo mejor sería tomar un poco de leche para apaciguar el volcán que se producía cuando las tripas exigían algo de comida. Se paró en las afueras del supermercado y comenzó a pedir plata. Cuando ya tenía alrededor de seiscientos pesos, se dirigió a la sección de lácteos. Estaba en eso cuando nota que su rostro y su nombre estaban impresos en el envase. Jocelyn Paola Tapia Pacheco, extraviada hace un año. La garganta se le apretó y sintió que un calor lento bajaba desde su cabeza. Pensó que serían esas crisis que le venían cuando su mamá la dejaba sola en casa. Salió corriendo del lugar con la mente fija en encontrar a Brayan. Recorrió todos los lugares frecuentados por él: La caleta Chuck Norris, el puente Pío Nono, la calle Portugal, la Plaza de Armas. En ninguna parte estaba Brayan. No volvería a su casa se juraba todas las noches. El recuerdo de su madre alejándose la hacía transpirar, pues acto seguido era sentir muy de cerca el aliento y el aroma de su padrastro sobre su rostro así como un péndulo, siempre en movimiento. Un día decidió escapar. Conoció a Brayan, un chico de gran estatura y mirada perdida por las grandes dosis de pegamento inhalado. En los ratos en los que estaba lúcido le decía que era su princesa y con él nunca pasó frío. Pero ese día, Brayan no aparecía. En medio de su desesperación, se acordó de la ferretería en la que se podía conseguir un tarro de pegamento sin mayores complicaciones, salvo el medio de pago. Tenía que evadirse, respiró hondo y partió hacia el negocio de la calle San Pablo. En el lugar atendía un hombre regordete que sudaba olor a ajo. Apenas se enteró de lo que necesitaba Jocelyn, se bajó el cierre del pantalón. Tenía los mismos ojos que su padrastro, sintió un asco enorme y en un arranque de ira mordió fuertemente el miembro del obeso. El hombre dio un gran salto hacia atrás y sobre él cayó la repisa que contenía los tarros de pintura. Todo el lugar se tiñó de colores. Jocelyn lo miró por largo rato, la pintura se tornaba un cuadro abstracto, de esos que le mostraron en la clase de Artes cuando iba al colegio. Miró sus zapatillas, ya no eran blancas. Sacó el dinero que estaba en la caja y decidió que era hora de llevarle chocolates a su mamá.